Cántame la vida y tus secretos, esos que guardas bajo las cuerdas, sobre los dedos, entre los bajos y los agudos de tu voz. Súbeme un tono, o dos, y rompe este silencio de palabras. A golpes, a pulsos, en un tres por cuatro o en un dos por tres. Silencio. Uno por uno. Perfección. Tú y yo sobre un mismo compás. Colgados de una misma nota. Corchea o negra, no importa. Da capo. Desde el principio. Porque esa melodía nunca deja de sonar.
Dibujábamos claves de Sol sobre días nublados, pero pronto nos dio por saltar de pentagrama. Idiotas. Perdimos el ritmo buscándole un sentido a la letra. Qué más da, la canción era triste de todas formas. Lo sabes. Siempre fuimos de estilos diferentes. Blanca y hueca, como si nunca tuviésemos nada que decirnos, nada que cantarnos. Plana. Nunca suficiente para tus oídos. Siempre ausente, lejana. Como yo de ti, como tú del otro lado de la cama.
Frío. Llenos de acordes congelados. Improvisamos, pero nunca fuimos de esos a los que les da por componer. Faltaban ideas. A nosotros ganas. Semi notas, semi besos, siempre lo mismo. Ese laberinto del que no conseguimos salir. Allegro que se fue perdiendo, adrenalina que se fue extinguiendo. Desgastamos nuestras partituras de tanto tocarlas. Eso es todo.
Mismas notas, mismos sueños, mismo sonido que ahora solo es silencio. No hay más. Cadencia. Decadencia. La armonía ya no es más que discordancia. Desacuerdo. No valemos ni para eso. Mudos como los recuerdos, como los secretos. Cántame la vida, yo te canto el resto.
Dibujábamos claves de Sol sobre días nublados, pero pronto nos dio por saltar de pentagrama. Idiotas. Perdimos el ritmo buscándole un sentido a la letra. Qué más da, la canción era triste de todas formas. Lo sabes. Siempre fuimos de estilos diferentes. Blanca y hueca, como si nunca tuviésemos nada que decirnos, nada que cantarnos. Plana. Nunca suficiente para tus oídos. Siempre ausente, lejana. Como yo de ti, como tú del otro lado de la cama.
Frío. Llenos de acordes congelados. Improvisamos, pero nunca fuimos de esos a los que les da por componer. Faltaban ideas. A nosotros ganas. Semi notas, semi besos, siempre lo mismo. Ese laberinto del que no conseguimos salir. Allegro que se fue perdiendo, adrenalina que se fue extinguiendo. Desgastamos nuestras partituras de tanto tocarlas. Eso es todo.
Mismas notas, mismos sueños, mismo sonido que ahora solo es silencio. No hay más. Cadencia. Decadencia. La armonía ya no es más que discordancia. Desacuerdo. No valemos ni para eso. Mudos como los recuerdos, como los secretos. Cántame la vida, yo te canto el resto.
Elena Martín López